images5cfoto5cfotopers5ccastoriadis083.jpg (16437 bytes)<>

Magma.jpg (8534 bytes)

 

 

 


 

La obra política de Castoriadis no es la de un teórico, sino la de un incansable militante que - a diferencia de lo que podría llegar a pensarse - fue radicalizando su posición con el paso de los años. No entró por izquierda y terminó a la derecha del escenario político, como tantos, sino que hasta tal vez podría llegar a sostenerse que se ubicó e instituyó un más allá de la izquierda, no en el sentido de ser un extremista, sino en el de crear una nueva manera de pensar la sociedad y los modos de su gobierno y cambio.

Tempranamente militó en el Partido Comunista Griego - en su adolescencia - pero en poco tiempo comenzó a denunciar al régimen soviético, adelantándose en mucho tiempo a la visión del Gulag no como un accidente de una revolución que desvió sus fines, sino como el resultado lógico de una planificación que no podría llevar a otro sitio que a ese, destino preformado en los equívocos de Marx. Se diferenciará de este con el paso de los años, en una actitud crítica que no evita reconocer lo que de Marx debe rescatar todo pensamiento crítico en la sociedad contemporánea.  Haber adherido al trostskismo le valió la persecución de fascistas y comunistas. No detendrá su denuncia, que siempre será acompañada de propuestas y actos coherentes con estas. Dirá, entonces, que no podrá arribarse al socialismo con un partido basado en el marxismo, sino a partir de la creación, por parte de los propios obreros, de organismos de dirección de la producción y de la sociedad. Anticipó la creación de Consejos Obreros como los que se produjeron en Hungría en 1956. Y hablará de la URSS como un régimen social que a posteriori de la Revolución de 1917 se convirtió - merced  a la concentración absoluta del poder en el Partido Bolchevique, en un "capitalismo burocrático total y totalitario".

A partir de la década del 60, de la mano de su travesía por el psicoanálisis - como analizado primero, como analista un tiempo después - sus posiciones irán desarrollándose de la mano de su "encuentro" con Freud. Mayo del 68 tendrá en el grupo que lideraba - Socialismo o Barbarie - la fuente de mucha de su inspiración, y las ideas de Castoriadis - como la del poder de la imaginación, su llamado a la autonomía - encontraron lugar en la acción. Pero sus adherentes no sabían de quién se trataba, tal vez ni supieran de donde venían esas ideas que los inspiraban, ya que por ese entonces Castoriadis utilizaba seudónimos para no ser deportado.

Fue definiendo para ese entonces - al tiempo que disolvía a Socialismo o Barbarie por considerar que había fracasado en su tarea - que la economía es una parte no determinante, sino orgánica de todo régimen social, rompiendo con la idea marxista de la determinación por parte de lo económico del campo socio-político. También que no hay ningún "destino de gloria" fijado de antemano, que la utópica idea de la marcha indetenible hacia el socialismo era una peligrosa falacia. Llamó entonces a retomar el pensamiento griego en relación a la política, recordando que el siglo V a.c. y la Revolución Francesa fueron dos momentos donde los hombres pudieron reflexionar sobre su propio destino, rompiendo con el estado de heteronomía que les hacía creer que las leyes eran obra de dioses, antepasados canonizados, etc., pasando a descubrir que estaba en sus manos darse las leyes.

Ya hacía tiempo que venía destacando - desde los 60 - el papel positivo de todo movimiento de minorías que luchando por sus derechos introducían duraderas modificaciones en el horizonte social: los movimientos contra el racismo, los de las feministas, de los jóvenes, y últimamente de los movimientos ecologistas, eran para Castoriadis la muestra de que pueden crearse instituciones donde la autonomía se produzca - sin esperar a un cambio global de la sociedad, el cual por otra parte no debe perderse de la mira - efectos sobre el conjunto. Su llamado de estos últimos años a la creación de Agoras iba en ese sentido: producir instituciones que se establezcan en un espacio público-privado, en una época en la cual lo privado es lo que prevalece, y lo público se hace cada vez más extraño. Propone así la división en esferas de la acción social: la ekklessia, o esfera de lo público, el oikos, o esfera de lo familiar-privado, proponiendo un tercer espacio: la mencionada Agora. La mira última sería la del establecimiento de la ekklesia, el lugar de las decisiones del conjunto, democrático, una asamblea pública general con órganos intermedios compuestos por todos aquellos que tengan algo que ver con los distintos niveles de la actividad social. Esto implica, obviamente, un modo de democracia directa, donde las leyes no estén separadas de quienes deben cumplirlas, donde no haya delegación sino participación directa. No debe haber gobernantes separados de la vida real de la sociedad, ni partidos políticos o cualquier otro grupo que asuma la responsabilidad del conjunto. Esto es lo que Castoriadis llama una sociedad autónoma.

Ultimamente denunció el avance de la in-significancia en su análisis de la sociedad contemporánea. Por esta debe entenderse la pérdida de sentido de la vida en común, la pérdida del nosotros indispensable para la existencia y producción de un proyecto colectivo. Para Castoriadis esta es la primera vez que se da que una sociedad no tienen ningún proyecto para sí misma, estando en la actualidad librada a las fuerzas depredatorias del mercado, al conformismo generalizado, a la privatización de lo público y a la destrucción del medio ambiente.

Pese a ser un implacable crítico de la URSS, esto no le impidió ver - además - las lamentables consecuencias de la caída del Muro de Berlín y la vertiginosa pulverización (ese es el término que utilizó) de aquella. Llamaba la atención sobre la finalización de un régimen totalitario (el totalitarismo ha ocupado un lugar esencial en el pensamiento de Castoriadis, a partir de su crítica al stalinismo) que en su caída producía una suerte de martillazo sobre la tumba de un movimiento que pretendía producir una sociedad autónoma. Al ver la desilusión, muchos sacan una rápida y fácil conclusión: confunden la ilusión del comunismo con la idea de que pueda existir una sociedad diferente. Podrá haber muerto el socialismo en la forma que tomó durante el siglo XX, pero no el proyecto de una sociedad autónoma. Lo que muere es el imaginario político del marxismo-leninismo: el de la delegación. Si hubiera un próximo movimiento emancipatorio lo será sobre la base de la autonomía y no de la delegación. Insistirá en instituir formas de participación directa, de democracia directa, apostando a que todo futuro movimiento político deberá ser de los ciudadanos.

La actual sociedad está dominada por el imaginario social capitalista: producir, consumir, racionalizar, dominar. En este esfuerzo por un dominio total, lo que el capitalismo produce es un pseudo-dominio, desencadenando fuerzas destructivas que no sabe como contener (como la depredación ecológica, el desempleo, la pauperización creciente, las crisis financieras, etc.). Será terminante Castoriadis en un punto: democracia y capitalismo son incompatibles.

 



flecharriba.gif (1535 bytes)